La valentía del desconocido

Tus ojos ascienden por mis tacones,
que repiquetean en el suelo anunciando mi llegada,
y recorres mis piernas deteniéndote,
imaginando qué llevo debajo de la falda.

Tardas en fijarte en mis palabras,
contemplando mi rostro y mi cuerpo por entero,
cuesta hacer que retengas mi nombre,
pues lo cambias a placer, de bombón a cielo.

Preguntas banales se escapan de tus labios,
como si no quisieses escuchar mis respuestas,
solo me observas, sopesando mis reservas,
convenciéndote de que no me haré la estrecha.

Te detengo cuando llegas demasiado lejos,
quizá debería haberte parado antes,
pero mi educación, pensé, que podría a tu ego,
ahora veo que para callarlo es muy tarde.

Tú te enfadas, yo decido marcharme,
tú me insultas y yo guardo silencio,
con esa actitud no irás a ninguna parte,
mi corazón se acelera en mi pecho.

Oigo tus pasos ir tras de mí, llamándome,
yo recuerdo la foto en tu escritorio,
de ese chico sonriente, de tu hijo, y solo pienso
en que ese niño pueda albergar tu mismo odio.

Tu mano en mi brazo hace que finalmente me gire,
me obligas a encararte para seguir menospreciándome,
y una voz, tan cerca que me hace estremecer
te aparta de mí con un: ¿no ves que le haces daño?

Un pequeño gesto de alguien que no me conoce,
una ayuda de quien cree que no soy menos,
con un poco de valor se puede hacer tanto,
se aleja sabiendo que ha hecho lo correcto.

Con el rostro colorado, te vuelves a tu despacho.
Yo procuro respirar, recuperar mi compostura,
con el estómago ardiendo de rabia y tristeza,
porque quizá a nadie más le importe, solo soy una.