Saltar encima del asfalto

Besé el suelo con fuerza.

Mi cuerpo se había quedado paralizado y por esa misma regla de 3, la gravedad hizo de las suyas. Descargó su peso sobre mí y me tumbó con una fiereza desconocida. Como si le hubieran salido brazos invisibles. Apretaba con una mano mi cabeza, estampando mi mejilla contra aquel asfalto con olor a alquitrán, suciedad y tiza. Saboreando su triunfo. Regocijándose en mi caída. Matizando que ella solo había usado las leyes naturales para actuar y que la culpa era toda mía. Yo me había detenido, yo había querido golpearme. El frío traspasaba mi piel y llegaba a mis huesos. Pero estaba incómoda. Esto no era lo que había planeado. Yo quería rebotar, dejarme caer para alzarme en un acto-reflejo. Había pensado que la vida era como una colchoneta. Cuanto más fuerte pisaras, más te elevaba.

Mi error fue quedarme quieta. Que el miedo me paralizase. La incertidumbre es un tornillo que te clava al suelo. Hace que te quedes rígida y que el futuro se vea como un túnel sellado. Mi ingenuidad me había jugado una mala pasada. La vida es cemento. Nunca va a mover un dedo por ayudarte. Ni para seguir, ni para detenerte. Tú eres quien debe saltar. Tú.

Yo. Desde entonces no me lanzo contra el suelo. Es complicado no hacerse daño. Ahora solo doblo un poco las rodillas para que cuando estire de nuevo las articulaciones, mis dedos lleguen más alto.

Un comentario en “Saltar encima del asfalto

  1. Lo bueno de un tornillo es que sujeta, pero también permite desenroscarse para cambiar el ángulo y la posición de las cosas.
    Flexiona las rodillas y respira hondo. Y apóyate en alguien para tomar impulso hacia arriba. Tardarás un poco pero el salto será más alto.

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