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La historia que voy a contaros es la más triste que he narrado jamás. Es el cuento de dos enamorados. Dos personas tan aferradas al amor y viviendo tan fervientemente su romance que cuando ella murió no se dieron ni cuenta. Solo cuando el dolor se interpuso en el corazón de James, vio lo que ocurría a su alrededor y entendió que Victoria no volvería jamás a la Tierra. Ya nunca respiraría, no comería, no sentiría. Sin embargo su amor rompió las barreras de la muerte y ella siempre permaneció con él. Seguían haciendo lo mismo. Él parecía verla, y ella no sabía que eso era imposible. Así siguió vistiéndose con su ropa, desordenando la cocina buscando galletas y azúcar. Siguió acudiendo a clase, y como nunca se había relacionado con nadie, no echó de menos una conversación.

Pero al volver a casa cada vez se sentía más sola, más triste, desencajada, como si no perteneciera a ese mundo. Y James la ignoraba cada vez más. Ya no le lloraba, ya no hablaba con ella. Había quitado sus fotos y había metido su ropa en cajas. Además, ahora si dormía.

Y Victoria era la que lloraba. Y no sabía que hacer. Había sacado cuatro veces su ropa de las cajas, le había colgado la foto de cuando se fueron de viaje juntos en el frigorífico miles de veces… Para que se diera cuenta que ella estaba allí, que era real y que era lo más cerca que podía estar de él. Estar alrededor viéndole vivir. Andando moribunda, viéndole, sabiendo que sin él no podía continuar.

Y así siguió durante mucho tiempo. Hasta que se sentó en la esquina del pasillo que daba a la entrada y se quedó ahí. Viendo pasar las vidas por la casa, como si no viera, porque no vivía.

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